Cual aves inofensivas y simpáticas que son, los teros tienen por costumbre ancestral hacer el nido en un lado, desovar allí y gritar en otro. Sin embargo, cuando en política se comenta que alguien hace la del “tero” la situación cambia. Ya no es agradable sino en todo caso un sinónimo de falsedad o hipocresía. O ambas cosas a la vez.
Con motivo de la firma del Pacto de Güemes, cuyos dos ejes centrales fueron: poner de manifiesto la imperiosa necesidad de contar con recursos genuinos para concluir obras públicas ya comenzadas y conjuntamente que el noroeste no se convierta en una región marginal, aparecieron los teros de la política, con sus acostumbrados graznidos; en algún caso incluso, parecería por lo aguardentoso que habían salido de alguna tenida previa de consumo prolongado de alcohol.
Si se revisan los archivos televisivos del tratamiento de la ley ómnibus, es probable que Carlos Zapata haya tenido que acudir a un traumatólogo y a un dermatólogo, en simultáneo, por los ampulosos y sobreactuados aplausos cada vez que alguno de sus pares libertarios abría la boca. Ni hablar, de la fervorosa obsecuencia que quedó registrada en cámara cuando el presidente Javier Milei pronunció su flamígero discurso en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso Nacional. Eso sí, dado que Milei no anda con vueltas, no debe haberle gustado mucho que el reciba de manos de Gustavo Sánez el Pacto de Güemes en presencia de otros gobernadores en la Casa Rosada y el Tero Zapata grite en Salta que ese Pacto es mentira. Teléfono para Zapata. O tarjeta amarilla para el tero deshidratado.
Cuentan que los propios libertarios tenían miedo que el alcaraván – como bautizaron los conquistadores españoles al tero – vaya a aplaudirle las orejas al primer magistrado. Sorpresas te da la vida, diría Rubén Blades. Ese mismo alcaraván es que en Salta es odiador serial del gobernador Gustavo Sáenz, por la sencilla razón de que es obvio que nada aprendió del Lole Reutemann en sus épocas gloriosas de piloto de la Fórmula 1. El Lole batió todos los récords de pole position. Cada vez que alguien asomaba en la largada, el piloto santafecino picaba en punta. El Tero Zapata no tiene sentido del humor porque cuando él cree que está en carrera, Gustavo lo pasa cubriéndolo de polvo, dicen en los mentideros políticos. Y lo peor es que el polvo le queda pegado, parece. También el alcaraván insiste en hacer el nido en Buenos Aires y gritar en Salta, como cuando fue candidato a gobernador aliándose con el kirchnerismo. O cuando se atraganta sin fumar, si le preguntan por el Señor del Tabaco. Lo que es más complicado, es cuando usa como crema facial el hormigón armado y sueltito de cuerpo afirma que Sáenz miente ¿No será como el proverbio dime de qué presumes y te diré de qué adoleces? Lo cierto es que al alcaraván le importan un joraca los intereses de Salta. Lo único que lo excita es difamarlo al gobernador. De construir ni hablemos, de dialogar menos y de laburar: “aceituna” Olmedo, riojano de profesión, salteño por adopción. Linda yunta pa’ los bueyes dirían los criollos.
El alcaraván gritando con el mazo dando, y el aceitunero revolucionario, corre que mostrando la pala, no es otra cosa que palangana. El concepto de revolución para el inefable “Cepillo” (sobrenombre familiar de Alfredito) suena tan extravagante como su recordado bautismo evangélico en una pelopincho. O su caída – por la voluntad del Creador – desde un escenario de no más de cincuenta centímetros al vacío, luego de que el Tata Dios le enviara un rayo fulminante para indicarle que el cielo no veía con buenos ojos su candidatura. Eso sin contar su derrocamiento en el Parlasur, dónde confesó que su carrera política se veía afectada. En medio de todo este marasmo, como dicen en los culebrones mexicanos, ¿qué hicieron esos dos tipos audaces? La del pescado: nada ¿Qué seguirán haciendo? Ladrar como perros hambrientos en contra del gobernador. Lástima que la gente hace rato que les dio la cana, al tero y al palangana.