Depresión: uno de los dos trastornos de salud mental más frecuentes en Argentina

Según la Encuesta Nacional de Salud Mental, casi 6% de la población la sufre sin siquiera entender qué le pasa, ni saber que tiene una enfermedad tratable. Un equipo del Conicet investiga la relación entre depresión, sistema inmunológico y enfermedades orgánicas para hallar una respuesta terapéutica. La importancia de acceder a las prestaciones de salud mental, eliminar estigmas y poder hablar abiertamente del tema.

A lo largo de la vida, todas las personas enfrentan distintos eventos traumáticos;sin embargo, no todas reaccionan con episodios depresivos. Un estudio del Conicet sobre el sistema inmune de personas con depresión abre el camino para diagnosticar la enfermedad a través de la sangre; entender que las hace más susceptibles a experimentar esossíntomas y generar unarespuesta terapéutica que mejore su calidad de vida.

La depresión es una de las dos enfermedades mentales más frecuentes en el mundo. La otra es la ansiedad. Se estima que más de 300 millones de personas padecen depresión a nivel mundial, y en Argentina, se calcula que alrededor del5,7 por ciento de la población que está fuera del sistema de salud, sufre algún trastorno del estado de ánimosin mencionar a quienes sí reciben atención médica y/o psicológica por esa causa. Los datos surgen de la Encuesta Nacional de Salud Mental en la que se basó la experiencia del Conicet. 

En ese marco, una evidencia crece con fuerza: la relación entre la depresión y el funcionamiento del sistema inmunológico. Detrás de esa hipótesis, un equipo de investigación liderado por dos especialistas del Conicet en el Instituto de Farmacología de la UBA, Federico Daray y Andrea Errasti, decidió analizar esa relación para ver si es factible identificar a los pacientes con depresión a través de su respuesta inmune en sangre. El resultado los sorprendió: lograron hacerlo con una precisión de más del 80 por ciento. La pista se la dieron las modificaciones en células específicas del sistema inmunológico. Federico Daray dió detalles del avance de la investigación y sus objetivos.

“Hace mucho tiempo venimos trabajando para tratar de descifrar cuál es la causa de la depresión y en ese contexto, apostamos por una línea de investigación que vincula algunas fallas del sistema inmune con la aparición de cuadros depresivos. En el estudio, hicimos una serie de entrevistas a 40 pacientes que tenían depresión; luego, tomamos una muestra de sangre y finalmente las comparamos con las muestras de personas que no sufren ese trastorno. Y a partir de esa comparación, pudimos comprobar que los pacientes que estaban deprimidos tenían en las células de su sistema inmune –específicamente en monocitos y linfocitos– ciertas proteínas que las personas que eran sanas, no tenían. En base a esa diferencia –explica– nosotros proponemos que el sistema inmune puede ser útil para distinguir entre personas que sufren una depresión y quienes no, y entender por qué.

Daray señala que, a diferencia de lo que ocurre cuando tenemos una inflamación en cualquier parte del cuerpo, como, por ejemplo, a causa de un esguince de tobillo, que se puede observar a simple vista, cuando se inflama el sistema nervioso, no lo podemos observar con los sentidos, por eso recurrimos a métodos diagnósticos que puedan cuantificar esto en sangre. No tenemos un termómetro que nos permita ver si aumenta de temperatura o cambia de color, ni cómo se edematiza, ni cómo duele. “De hecho, cuando se inflama, el sistema nervioso no duele –afirma–; lo que sí vemos es una manifestación clínica de ese proceso de neuro inflamación. Vemos síntomas depresivos: la persona está triste, con falta de voluntad, falta de energía, con el apetito y el sueño alterado; empieza a tener ideas patológicas, de culpa, de reproche, pesimistas e, incluso, ideas suicidas, que son las más graves”.

Hay muchas líneas de investigación que tratan de comprobar si esa observación clínica se puede relacionar con algún fenómeno objetivo, cuantificable, que permita hacer un diagnóstico. Algunos trabajan con imágenes; otros con marcadores inmunológicos (como este equipo del Conicet) y otros con genes.

Según describe Daray, la relación entre depresión y distintas enfermedades orgánicas es bidireccional. La gente que sufre depresión tiene, a lo largo de su vida, mayor riesgo de padecer enfermedades orgánicas; pero también se ha visto la situación inversa: personas que tienen enfermedades orgánicas (enfermedades inflamatorias como la artritis reumatoidea, por ejemplo) y a lo largo de la enfermedad, sufren depresión con más frecuencia que las personas que son sanas. En esa línea, también hay muchos investigadores que trabajan para ver qué sucede primero: si la enfermedad orgánica o la depresión. Si es la depresión la que hace a la persona más susceptible de tener una enfermedad orgánica, o si ambas cosas pueden existir de manera bidireccional.

“Aunque aún nos queda mucho para demostrar, nosotros pensamos que el hecho de que se produzca un desbalance en el sistema inmune, sirve no sólo para hacer un diagnóstico, sino que ese marcador está involucrado en todo el mecanismo de la enfermedad. Hay personas que sufren eventos traumáticos a lo largo de toda su vida y que sin embargo no hacen episodios depresivos; mientras que otras personas, ante determinadas circunstancias, responden con síntomas depresivos. Por eso, tratamos de investigar qué es lo que los hace susceptibles a unos y los defiende a otros; o qué factores producen riesgo de experimentar esos síntomas y qué factores los protegen”.

El trastorno de estado de ánimo es una categoría global que incluye los trastornos unipolares (técnicamente, la gente que sólo se deprime) y los trastornos bipolares (personas que se deprimen, pero también tienen episodios de polaridad opuesta a la depresión: manías e hipomanías). En este estudio, los especialistas consideraron a ambos como si se tratara de una única enfermedad, porque querían ver si coincidían o no en el perfil inmunológico. Una primera observación fue que no encontraron diferencias entre ambos tipos clínicos de depresión, a nivel del sistema inmune. Pero hay que tener en cuenta que el equipo abordó en esta primera experiencia, una muestra de sólo 40 pacientes (40 con enfermedad activa, 40 con enfermedad inactiva y el resto son sujetos considerados sanos). Y con un grupo tan pequeño, aseguran, no pueden discriminar aún, lo que ocurre entre polares y bipolares.

La investigación está en una etapa inicial. Lo que hicieron hasta el momento es un estudio transversal: como si sacaran una foto a los pacientes cuando están deprimidos, y lo compararon con sujetos sanos. Una vez que encontraron un resultado positivo en esa comparación, el siguiente paso consiste en hacer estudios longitudinales, donde más que la foto se ve la película. Es decir: se mira a los pacientes a lo largo del tiempo y se observa cómo van fluctuando los marcadores inmunológicos. Como aumentan cuando el paciente tiene la enfermedad activa y van disminuyendo cuando el paciente se cura o la enfermedad remite.

“A partir de ahora, se puede empezar a ver el curso de la enfermedad. Ese es nuestro siguiente paso. Y en base a eso, veremos si modificando esos marcadores, obtenemos una respuesta terapéutica. Ese sería el último paso” apunta Daray, y agrega: “Si detectamos que alguna parte del sistema inmune está hiperfuncionando o hipofuncionando en el paciente cuando está deprimido, tenemos la posibilidad de modular la situación con diferentes medicamentos”.

Al día de hoy, los medicamentos que se emplean para el tratamiento de la depresión, son los tradicionales. Si bien aparecen nuevas moléculas, éstas están dentro de los mecanismos ya conocidos para tratar la depresión, que son los módulos inhibidores de la recaptación de serotonina. Esos son los medicamentos de primera línea que se usan hace treinta años y son los que cualquier médico hoy prescribe en un consultorio, cuando ve a un paciente con depresión. Es lo primero que prueba. “Cuando el paciente no responde a esa primea línea de tratamiento, hay otras opciones que tienden a modular los neurotransmisores aminérgicos o aminas (serotonina, noradrenalina, prioritariamente)”, explica el especialista.

Daray dice que es difícil responder si un paciente que empieza a tratarse con medicación para su cuadro depresivo tendrá que tomarlo siempre o no, ya que no existen respuestas en abstracto. “En general –indica– cuando se trata a un paciente se apunta primero, a lograr la mejoría sintomática, sindromática y la recuperación funcional (que la persona pueda volver a trabajar, a estar con su familia y a disfrutar de la vida. Ese es el primer objetivo”.

Una vez que se logra eso, el médico tiene que pensar una prevención ante la posibilidad de recaídas y esto dependerá de cuál es el trastorno afectivo que tiene el paciente. “Algunos suelen recidivar (volver a aparecer) a lo largo de la vida, en varios episodios. En esos casos –señala– se suele planificar un tratamiento de mantenimiento, para evitar la aparición de nuevos episodios afectivos. Eso depende de cada caso en particular. Algunos pacientes se tratan por un único episodio y luego la medicación se retira; y en otros casos, el tratamiento debe continuar por más tiempo”.

En relación con la medicación psiquiátrica, entran en juego los prejuicios y los preconceptos que existen en la sociedad en torno al hecho de tomar un psicofármaco. “Ese tema es algo que tenemos que trabajar con los pacientes y también desde los medios de comunicación, para bajar los prejuicios que se tienen sobre la enfermedad mental. Pero además, está el tema de los efectos colaterales de los medicamentos, porque algunos pacientes tienen temor de tomarlos, por esas eventuales consecuencias adversas. En este sentido, hay que decir que los fármacos que se usan para tratar la depresión son bastante bien tolerados y no tienen efectos colaterales graves. Hay que trabajar con el paciente, advertirle, elegir el medicamento en base al perfil de efectos adversos y tomar decisiones compartidas, respetando siempre la autonomía en la decisión de los pacientes” remarca.

La mayoría de ese 5,7% relevado por la Encuesta Nacional de Salud Mental son personas que viven en la comunidad, pero no están dentro del sistema de salud, es decir que no son pacientes en el sentido estricto de la palabra. Según explica el investigador, eso pasa porque muchos de ellos ni siquiera saben que lo que tienen es una enfermedad pasible de ser tratada y que se pueden recuperar. Lo asumen como una normalidad o como un estado transitorio del ánimo. El segundo punto a tratar es el acceso al sistema de salud mental, ya que si bien en ciudades grandes esto está más cubierto, en los lugares pequeños, el acceso es mucho más difícil. También hay que considerar el costo de los tratamientos y, por último, la estigmatización. “Muchas veces, la gente no quiere consultar a un psicólogo o a un psiquiatra porque todavía existe el viejo estigma de que «si vas a un profesional de salud mental estás loco»”.

“Esto hay que trabajarlo mucho –insiste– para ir eliminando el estigma y facilitar el acceso de las personas a un tratamiento, libres de etiquetas, porque si bien el que más sufre estos trastornos es el propio paciente, también su entorno familiar se ve perjudicado por esta causa. Todos los vínculos y relaciones se ven complejizados a partir de lo que le ocurre al paciente. De modo que mejorar la vida del paciente, repercutirá de forma positiva en la convivencia del grupo familiar”.

Daray hace una pausa en la explicación de la investigación que lleva adelante el equipo en el Conicet y la UBA, para dirigirse a quienes rodean a la persona con síntomas depresivos. “Primero –indica– hay que tratar de hablar abiertamente y sin prejuicios, ya sea de la depresión o del suicidio que es el tema más severo asociado con la depresión y que también está muy estigmatizado. Por hablar de la depresión o del suicidio uno no induce ideas raras en las personas. Al contrario, se sienten mucho más aliviadas al poder hablar y decir lo que les pasa. Es muy importante la charla abierta y sin eufemismos para dar lugar al diálogo”. Luego, señala, lo recomendable es que ese familiar o ese amigo pueda acercar a la persona depresiva a un efector de salud mental. Acompañarlo a un psicólogo, a un psiquiatra, a un hospital. Y una vez que la persona está dentro del sistema de salud, es mucho más fácil que pueda recibir un tratamiento y vivir mejor.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *