La comunidad católica de Salta entristecida tras la confirmación del fallecimiento del padre Javier Romero, vicario episcopal de la Catedral Basílica. Su partida, que se produce en un contexto de problemas de salud que habían requerido su internación, desde antes de la fiesta del Milagro, ha dejado una huella imborrable en los corazones de aquellos a quienes sirvió a lo largo de sus 17 años de sacerdocio.
El hallazgo del padre Javier sin vida en su dormitorio ha conmovido a la ciudad. Las primeras informaciones apuntan a que la causa probable de su muerte fue un infarto masivo, un desenlace repentino que ha dejado a muchos en estado de shock. Su entrega incondicional y su compromiso con la comunidad lo habían convertido en una figura emblemática. Conocido por su cercanía y dedicación hacia los fieles, el padre Javier encarnaba los valores del Buen Pastor, buscando siempre el bienestar espiritual de aquellos que cruzaban el umbral de la Catedral Basílica.
Durante su ministerio, el padre Javier cultivó un vínculo especial con la congregación que lo rodeaba. Su estilo pastoral, caracterizado por la empatía y escucha activa, generó un ambiente de confianza y respeto. Los fieles recordarán, no solo su habilidad para ofrecer consuelo en momentos de necesidad, sino también su alegría contagiosa, su deseo de servir y su capacidad para unir a la comunidad en torno a la fe. El impacto de su labor resuena en cada rincón de Salta, donde se siente un inmenso agradecimiento y reconocimiento por su dedicación.
Los tributos en memoria del padre Javier han comenzado a fluir desde el momento de su fallecimiento. Líderes religiosos, amigos y laicos han expresado su tristeza a través de comunicados y actividades recordatorias, subrayando su entrega como un ejemplo a seguir en la vida cristiana. Muchos destacan que su legado trasciende su tiempo en la Iglesia, inspirando a nuevas generaciones a vivir con amor y servicio hacia el prójimo.