Por un pedido de su pequeña amiga Guadi, el gobernador Gustavo Sáenz fue de visita a la Salita de Cinco, en el Colegio Manuel Belgrano. Como acostumbra a hacer en estas ocasiones, Sáenz llegó solo con el ánimo predispuesto a compartir, sentarse con los niños, cantar y que le cuenten sus vivencias, en un gesto muy poco común de funcionarios actuales y anteriores de quedar frente al aula solamente con la empatía que despiertan el compromiso y la convicción de que la educación desde los primeros momentos en el aula es un objetivo irrenunciable de quien cree que es el único camino para llegar al conocimiento y al desarrollo integral de los pueblos. Sáenz es hijo de una querida docente que lamentablemente ya no está: Ana María Stiro de Ruberto Sáenz.
Una mujer inclaudicable en su trabajo, en sus afanes por la educación y en su mirada puesta al servicio de transmitir conocimiento con amplia generosidad y mejor de pedagogía. Hasta el presente, Ana María es un sentimiento de todos aquellos que la conocieron, la trataron y tuvieron la dicha de ser sus alumnos, porque se fue joven pero dejando un legado que supo transmitir con bondad e inteligencia. Desde donde lo estuviese mirando, se hubiera sentido orgullosa de que su hijo Gustavo continúe el camino que ella empezó con dignidad y sacrificio. La impronta de la madre suele ser decisiva en las acciones de sus hijos.
La de Sáenz no es una pose, ni un gesto aislado, probablemente su mayor capital político resida en saber adaptarse con suma facilidad en el entorno donde le toda actuar. Más aún siendo abuelo y partiendo de la premisa que la educación es la herramienta necesaria para que desde la niñez se inculquen valores fundamentales que formen y forjen a los futuros ciudadanos. Justamente, la crisis de valores en que está inmersa nuestra sociedad lleva por senderos equivocados que desembocan muchas veces en vidas sin esperanza. Y una vida sin esperanza es la puerta abierta a los abismos, a las angustias existenciales y al desencanto de no haber alcanzado en el ciclo vital determinadas pautas elementales que son las que sirven en los momentos decisivos. La escuela es la cuna de la nacionalidad, el civismo y la ética que debe gobernarnos como argentinos. Por eso es tan importante que un gobernante, mucho más si es el primer mandatario tenga el impulso de compartir unos minutos de su tiempo con quienes nos continuarán en la vida. Esos pequeños que hoy con gran algarabía saludaron y rodearon al gobernador, algún día recordarán con cariño y nostalgia que hubo un gobernador de Salta que llegó de pronto una mañana, se sentó con ellos, compartió unos minutos de sus vidas y fue uno más. Gestos absolutamente inusuales que permiten albergar horizontes promisorios sobre la concepción de la educación, que no es sólo transmitir conocimientos y valores, sino generar puentes y lazos de afecto y compañersimo, irrompibles para el resto de la vida.
Seguramente, en medio de su poblada agenda, para el gobernador también fue una mañana diferente, pletórica de recuerdos y consciente del paso de su tiempo vital por las aulas; y a la vez se debe haber ido con la conciencia tranquila en el cumplimiento del deber de haber ido a visitar a futuros dirigentes que hoy, inocentemente, se conforman únicamente con verlos. En los días venideros cuando vayan alcanzando la madurez seguramente recordarán que ellos también tienen deberes y obligaciones desde el lugar que los encuentre para construir una Argentina mejor, con valore nacionales y federales que la hagan despegar y desarrollarse como el país que todos soñamos.