Este título no es un juego de palabras, sino que parar el país como se hizo durante la jornada de hoy significa una pérdida aproximada de U$S 500.000.000 de dólares, tal como puede leerse.
Particularmente, en momentos en que una grave crisis económica azota al país junto a un brutal plan de ajuste que ha dejado exánime a la mayoría de los trabajadores y productores argentinos. No es otra cosa que parar la economía. Eso es el significado que tiene el paro del paro. Es como detener el planeta cuando está por recibir la luz del día. Detener la producción en cualquier momento de la historia importa retardar el crecimiento y postergar la generación de empleo.
Nadie duda que el derecho a la protesta tiene raigambre constitucional y legal. Como tampoco que el modo como se aplicó el ajuste a los trabajadores y particularmente en los jubilados no registra antecedentes ni en la Argentina, ni en el mundo, como el propio presidente Javier Milei se ufana.
Ahora bien ¿es eficaz y atinado actualmente realizar un paro general de actividades en momentos en que la recesión arrasa? Claramente no. Y contrariamente a lo que algunos dogmáticos de la protesta social puedan pensar, el paro de hoy, lejos de debilitar la figura presidencial, la fortaleció, y con ello seguramente, convencerá al presidente, que no tiene ni parece interesarle la emergencia social, que su rumbo es el correcto y debe continuar no solamente con la motosierra y la licuadora, sino con la topadora, pues la recesión va aplastando las posibilidades de miles y miles de argentinos de levantar cabeza.
La dirigencia sindical argentina tiene un promedio de treinta y cinco años de duración en los mandatos. Es decir que la democracia hace años que salió disparando por las ventanas de los gremios. Es insostenible e inconcebible que quienes se sientan en su poltrona, no la abandonen nunca más. Dejan de representar al pueblo trabajador y se vuelven burócratas con las billeteras llenas comandando sindicatos de trabajadores empobrecidos hasta el paroxismo.
Ya no viven José Rucci, cuya honestidad y austeridad fue incuestionable, ni Augusto Timoteo Vandor, ni Agustín Tosco, ni René Salamanca, ni Raimundo Ongaro. Todos ellos tuvieron una impronta de lucha y entrega por la causa de los trabajadores digna y ejemplar. Con errores y virtudes como todos los mortales, pero con trayectorias en algunos casos legendarias. La vieja y respetada Rama Sindical fue en su momento un factor referencial no sólo de la vida laboral, sino de la política argentina. Eran cabales representantes de sus gremios e inclaudicables luchadores de sus causas.
Hoy esa mística se perdió y tal vez las nuevas formas de lucha por las conquistas sociales deban canalizarse por movilizaciones, petitorios, pero también con ideas y propuestas concretas. Con planes alternativos y convenciendo, no imponiendo.
Actualmente quienes asesoran los gremialistas argentinos no les diseñan proyectos ni programas opcionales a los ajustes. Propuestas superadoras que hagan eje en la cuestión social y en su dignidad. Por eso es que, aunque muchos hayan estado de acuerdo en que el ajuste tiene efecto devastadores, no obtienen el apoyo espontáneo que, por ejemplo, tuvo la marcha universitaria, siendo que el trabajo es un instrumento dinamizador de la economía y catalizador espiritual para la concreción de la dignidad humana.
No debemos llamarnos a engaños con quienes hicieron silencio y luego eligen la política del tero, de gritar en un lado y hacer el nido en el otro. La Argentina requiere de grandeza, renunciamiento y de propuestas que apunten al desarrollo integral del pueblo que espera del bien común y la solidaridad su destino de grandeza.