El saber viene de mi tierra

Manuel J. Castilla, uno de los grandes poetas continentales, acuñó una frase que resume el espíritu de la sabiduría regional: el saber viene de mi tierra. Es el lema que eligió la Universidad Nacional de Salta para estampar en su escudo por ejemplo. En las alturas de los cerros y valles salteños muchos jóvenes abrigan esperanzas. Tienen una particular simbiosis con el azul de los cielos que los cobijan, la austeridad de sus viviendas de adobes y el brillo de sus miradas que irradian bondad y a la vez una luz vivaz de progreso en sus vidas. Los habitantes de las alturas llevan una vida en soledad, acostumbrados a imponentes paisajes que se va desplegando en sus almas como un universo y una cosmogonía que los hace diferentes: reflexivos y atentos a la vez. No en vano consiguen ubicarse, aún en sitios donde la vegetación es escasa con solamente observar las cumbres o algún accidente geográfico que les indica por dónde surcan las huellas. Han heredado de sus ancestros el amor por la tierra y una particular forma de sabiduría.

Seba es un niño inteligente, despierto como suelen decir popularmente en los Valles. Se define como ahijado y amigo del gobernador Gustavo Sáenz, quien le había prometido que le enviaría una computadora, una impresora y otros útiles para sus estudios. Recibió su envío en su modesta casa con alegría y demostrando un indisimulable agradecimiento. Otra vez un gesto del gobernador hacia los niños, como cuando visitó los jardines de infantes, en donde se produjo una relación particular, pocas veces registrada entre un gobernante y quienes son el futuro de la Provincia. Seguramente en los recuerdos de esos niños pervivirá a lo largo de los años la anécdota y la contarán reiteradamente, cualquiera sea quien gobierne Salta en el futuro. Son gestos de humanidad y solidaridad que parecen haber sido arrasados por un individualista, donde determinadas actitudes han dejado de ser tomadas como valores esenciales de una sociedad.

Una particularidad de los habitantes de los Valles es darle un cuidado especial a los obsequios que reciben. Y mucho más si provino del Gobernador de Salta. Por humilde que sea la vivienda, sus moradores se dan maña para colocarlos en un lugar seguro y protegido; los guardan en sus cajas originales, los utilizan con sumo cuidado y una vez utilizados para el fin que se propusieron, vuelven a dejarlos en las mismas cajas y en los envoltorios con los que lo recibieron. Así puede pasar el tiempo e incluso los años y ellos conservan con delicadeza y cariño esos objetos, mucho más por una cuestión de afecto y gratitud que por el valor material en sí. Muchos niños aspiran a ser Sebas y es necesario que el ejemplo cunda en funcionarios de cada uno de los poderes del Estado. Tal vez porque la solidaridad, no es patrimonio de un alma generosa solamente, en este caso la de Gustavo Sáenz, sino un ejemplo a seguir para la construcción de una sociedad más equitativa que se edifique en el bien común y en la memoria del socorro a quienes esperan de nuestro auxilio para poder mejorar.