Si se busca el significado de la palabra apóstol, se encontrará que es un testigo escogido y enviado en misión por el mismo Cristo. Desde el inicio de su ministerio público, Jesús eligió a unos hombres de entre los que le seguían y sobre los que edificaría la Iglesia. A estos hombres los hace partícipes de su misión evangelizadora.
Nada más adecuado que esos conceptos para caracterizar de qué modo Francisco él imprimió a su papado un rol inconfundible de sumergirse en el mundo de los marginados, los oprimidos, los perseguidos y los postergados para darle sentido a su incansable función evangelizadora.
Apenas asumió dijo que venía del fin del mundo, con la convicción plena de que había sido llamado para cumplir un rol fundamental en la Historia de la Iglesia, sin jamás trepidar ni retroceder un paso. Eligió un nombre lo suficientemente importante en la hagiografía, aún siendo jesuita en todos los actos de sus vidas, pero no escogió Ignacio, sino Francisco, acaso el santo de los santos. Ese Francisco tan bien retratado en su biografía por un escritor católico de la talla de Gilbert Keith Chesterton, a quien llamó el juglar de Dios. Inspirado en la obra salvífica del santo de Asís, el Papa acometió contra viento y marea por darle un sentido profundamente humano a su pontificado en cada uno de los días que duró. Le tocó atravesar tormentas y turbulencias de variada índole. Fue polémico y a la vez valiente y frontal y de allí es que nadie podía dudar sobre su pensamiento, estuviese o no de acuerdo con él.
Uno de los pensadores predilectos de Francisco fue otro argentino, tal vez no lo suficientemente valorado, como fue Juan Carlos Scanonne, quien escribió cuatro Principios para la Organización de un Pueblo. Esa obra influyó notablemente en el pensamiento del Papa. Después de mostrar qué significa el pueblo para el Papa, Scanonne estudia el origen histórico de los cuatro principios para su construcción en paz y justicia, así como la relación de éstos con las oposiciones bipolares según Romano Guardini, otro mentor significativo en la formación intelectual de Francisco. Luego los explica y desarrolla uno por uno: 1) el tiempo es superior al espacio; 2) la unidad es superior al conflicto; 3) la realidad prevalece sobre la idea; y 4) el todo es más que las partes y la mera suma de las partes. Finalmente se vinculan esos cuatro criterios con otro tema importante para Francisco, a saber, el discernimiento existencial, histórico y pastoral.
El legado que deja Francisco es imponente en su dimensión pastoral. No sólo fue el Papa del diálogo interreligioso y el que buscó la paz aún a costa de su propia salud; sino que su tarea titánica se volcó hacia el oriente, donde la Iglesia tuvo por cometido la conversión de miles de personas en lejanos países donde era impensado que el catolicismo pudiese tener adeptos y seguidores. Hacia allí viajó Francisco impregnado de su espiritualidad universalista y que la palabra evangélica no debía quedar estacionada sólo en occidente. Cristo es de todos, sin excepción, dijo reiteradamente el Papa. Convencido de que la verdad reside en el acuerdo entre las palabras y los actos, Francisco nunca escatimó en que la solidaridad, la misericordia y el bien común eran tres valores primordiales que debían anteponerse a cualquier política. En su cosmovisión los equiparaba con las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad. Sin ceder nunca la enseñanza de la justicia, la prudencia, la firmeza y la templanza. Creyó profundamente en que el Dios de los hombres estaba revestido de humildad, de necesidades y privaciones y coincidentemente el papa se fue después de una Pascua. Horas después de haberse hecho presente, aún postrado y demacrado en la Plaza de San Pedro para que su grey supiese que su líder espiritual lucharía hasta segundos antes de la muerte, como verdaderamente ocurrió. El Papa argentino, hincha de San Lorenzo de Almagro; el pastor comprometido que fue a medianoche en colectivo a auxiliar a las víctimas de Cromañón; el que lavó los pies de los detenidos en una cárcel de Roma; el orador florido de la palabra potente y justa ya no está. Queda su ejemplo, su testimonio de vida, sus aciertos y errores, pero, por sobre todo, su lucha inclaudicable por un mundo mejor, que es la que justificó largamente su paso por la tierra y toda su existencia.