En el corazón del centro histórico de Lima, se alzan las venerables ruinas del Hospital Real de San Andrés, un monumento que lleva más de cuatro siglos guardando secretos de la historia médica y cultural del Perú. Fundado hace 475 años, este nosocomio no solo representa el inicio de la atención sanitaria en Sudamérica, sino que también es el guardián de historias ocultas que esperan ser desveladas.
Situado en un entorno que comparte con antiguos centros de enseñanza médica y otros hospitales icónicos, el Hospital de San Andrés aguarda en silencio nuevas exploraciones que podrían redefinir la historia conocida hasta ahora. La superposición de épocas y funciones que ha tenido este edificio invita a sumergirse en un viaje por el tiempo, donde cada esquina podría develar sorprendentes hallazgos. La combinación de su función original, sus transformaciones a lo largo de los siglos y los recientes hallazgos arqueológicos debería ser suficiente para provocar el interés de historiadores, arqueólogos y curiosos por igual.
Este histórico hospital también acoge un legado multifacético que abarca desde su función original como centro de atención médica hasta su rol en el cuidado de la salud mental. Además, los recientes hallazgos arqueológicos de entierros humanos subrayan su integración en las prácticas funerarias coloniales. Propuestas actuales sugieren su transformación en un museo que narre su rica historia, para así consolidar su lugar en el contexto cultural del país como una reliquia que continúa lo que despierta interés y reverencia. Fue fundado en 1552 con el propósito de cuidar a los más necesitados, ejerciendo una función de caridad cristiana durante el periodo colonial. Francisco Molina, un hombre conocido por su devoción, desempeñó un papel central en esta iniciativa. El hombre llevaba esperanza a los enfermos más vulnerables del Callejón de Santo Domingo. La idea de brindar un lugar propicio para una muerte digna reflejaba las creencias de la época, donde los botiqueros proveían cuidados, y los médicos solo hacían visitas ocasionales.
Con el respaldo del virrey Andrés Hurtado de Mendoza, el hospital se consolidó como la primera institución médica de Sudamérica, lo que simbolizó un faro de compasión y fe. Este entorno no solo atendía a pacientes en necesidad de cuidados urgentes sino también actuaba como un centro de medicina para casos más severos, estableciendo un precedente en la atención hospitalaria de la región.