Sentada en pose pocahontas, con su tono de voz alzada e inconfundible y con visible molestia, la diputada nacional Emilia Orozco tuvo un especie de regreso sin gloria de su gira aérea por Rivadavia, uno de los lugares más pobres de la Argentina. Así se hizo ver por las redes con evidente cara de fastidio. La pelilarga no exhibió ninguna foto en su desaforada exposición, embravecida al haber quedado expuesta por su vuelo en helicóptero, donde de paso desgranó gruesa munición en contra de los ensobrados periodistas que tuvieron la mala intención de cubrir su gira hacia tierras inhóspitas, a las cuales solamente puede llegarse por aire, según ella. Dijo en su descargo que podría haber volado en globo aerostático, seguramente por alguna promesa todavía incumplida de viajar a la atrapante ciudad turca de Capadocia, donde podría soltar al viento su larga y oscura cabellera, cual venus de las sombras.
Emilia no tiene una trayectoria rutilante para exhibir. No se le conoce ningún proyecto legislativo que favorezca a Salta ni a ninguna otra provincia argentina. Sí se sabe en cambio de algunas posiciones más cercanas al fanatismo y obsesiones compulsivas como su desenfreno en contra del gobernador Gustavo Sáenz. Arribó a la Cámara de Diputados también en vuelo rasante, porque no había hecho piso para concejal por la capital de Salta y como su líder y piloto Alfredo Olmedo estaba inseguro del triunfo de Javier Milei, decidió ir a hacerse echar del Parlasur en vez de ocupar nuevamente la banca que ahora ostenta Emilia con desenfadada megalomanía, que no es otra cosa que los ostentosos delirios de grandeza. Tanos, que en su propio espacio le apareció como competidora cuerpo a cuerpo, la blonda periodista Alba Quintar, a quien Emilia no le permitió entrar al acto realizado en el hotel Alejandro I, cuando vinieron Karina Milei y Martín Menem. Quintar le recomendó a Emilia que lea el Código Penal porque parecería no saber que, si una diputada nacional vuela en un helicóptero privado, podría estar incursa en el delito de aceptación de dádivas. O sea, no voy en tren voy en avión está bueno para Charly, más no para una legisladora nacional. Menos el dicho: cualquier bondi la deja bien parada.
La cuestión es que la ira no es buena consejera y una buena parte del pueblo de Salta parece no esperar gritos de una tripulante aérea que fue electa legisladora para que gestione algo para su Provincia. Parece que Emilia cree que la frase es grito no palabras, en vez de hechos no palabras. Ni hechos ni palabras. La ira de Dios es una película protagonizada por Diego Peretti con un argumento bastante sórdido. Esperemos que la ira de Emilia no se base en ese guión para hacer política, porque entonces los salteños elegirán siempre la milonga “le tengo rabia al silencio, por lo mucho que perdí”. Al fin y al cabo don Atahualpa Yupanqui sí que era sabio. No gritaba nunca. Apelaba a la sonrisa socarrona y a la ironía. Recomienda en esa canción tan bella que, cuando el amor me hizo señas, todo entero me encendí. Sin ir más lejos Palito Ortega, inventor de la Felicidad, también saltaba de alegría y tenía mejor humor. Eso sí, a los recitales iba en bondi, no en helicóptero.
Por Ghostwriter