Como suele suceder cuando todo se aclara, el resultado electoral del último domingo dejó en claro que hubo un solo ganador en la provincia que se llama Gustavo Sáenz. También quedaron al descubierto múltiples maniobras orquestadas por el hombre de pala sin estrenar de la ferretería y risa ratonil, Alfredo Olmedo, quien debió tragarse nomás la aceituna y en vez de reconocer el triunfo del oficialismo, intentó por todos los medios apropiarse del único logro que sí obtuvieron los libertarios locales, como fue ganar la Capital.
Las cifras finales en toda la provincia no admiten discusión alguna: mientras que el Frente Vamos Unidos por Salta obtuvo el 43% de los votos, sumando 276.078; el partido del ratón logró el 23% con 147.791 sufragios. Es decir el oficialismo ganó en 22 de los 23 departamentos. Hasta allí, solamente un necio pretendería ocultar la realidad.
Sin embargo, bueno es preguntarse: ¿qué paso en la Capital? Los encuestadores se sacaban la palabra de la boca para vaticinar un triunfo de Guillermo Kripper superior al 30% y que la Libertad Avanza no llegaría a sumar ni un 10%. Ni hablar de la senaduría de Bernardo Biella, a quien querían hacer festejar antes de las elecciones. En los barrios de la ciudad muchos dirigentes de base acostumbrados a una lógica absolutamente distinta y que se aplica en todas las democracias del planeta, esperaron otra cosa. Recordemos que el jefe absoluto, por su pedido personal, de la campaña capitalina fue el intendente Emiliano Durand, quien hasta horas antes de las elecciones decía que desde muchos días atrás ya no hacía falta hacer campaña, porque estaba todo dicho.
Esta tremenda premonición que llevó en camino directo a una derrota inapelable era transmitida por Durand incluso a sus propios candidatos ¿Para qué querés seguir mostrándote si al frente no tenemos a nadie? Lo repitió hasta el hartazgo. Durand es una persona que provoca confusiones. Desde su atuendo, que en muchas ocasiones roza la falta de respeto a la investidura, como cuando asiste a determinados actos en short o musculosa que lejos de trasmitir humildad parecerían indicar lo contrario: una incontenible vanidad, hasta sus modales que muchas veces le dan un aire de sorna o de superioridad que no es del todo bienvenido, como quieren hacer creer su innumerable séquito propagandístico.
Cuando a las siete y media de la tarde del domingo, ya todo estaba decidido, el triunfo de veinte puntos porcentuales del oficialismo sobre la Libertad Avanza, tuvo un pequeño trago amargo cuando en la Capital los disfrazados de violeta festejaron como si hubieran ganado el mundial de fútbol. Hubo un dato menospreciado por los encuestadores en manada y por Emiliano Durand, el sello y la marca del León en este momento están en su apogeo y aunque no en los niveles que se esperaban desde el comando central de campaña en Buenos Aires, sí logró instalarse en los cuatro distritos electorales donde compitió el domingo.
De no tener absolutamente nada, La Libertad Avanza se posicionó en dos años, luego de fagocitarse por completo al PRO. Ya nadie duda de eso. Más allá de las redes, los spots publicitarios y las apariciones relámpago y rutilantes, el trabajo casa por casa, cara a cara, vecino por vecino, se sigue haciendo en todas partes. Y no se lo descuida ni siquiera ante la certeza absoluta del triunfo.
Allí está la respuesta de lo que pasó en la Capital, a diferencia del interior, donde los intendentes y la dirigencia se pusieron al hombro una campaña, que por diferentes motivos se sabía de antemanoque a nadie la resultaría fácil. Ni siquiera a la Libertad Avanza.
Rubén Blades termina Sorpresas te da la vida, con un verso que muchos deberían recordar para el futuro: ¿éstos novatos qué creen? ¡Si éste es mi barrio papá! A los barrios hay que caminarlos, patearlos como se dice en la jerga, hasta que las suelas de los zapatos se rompan, como los del Papa Francisco que alguito de política y de trato que la gente tenía noción. Es lo que se llamó Teología del pueblo, que no es otra que estar realmente cerca de la gente.