Tal como hacía tiempo no se lo veía, es decir en soledad, como un ciudadano más que sale de visita con su afán solidario, descontracturado y sonriente, una tarde volvió Gustavo Sáenz. Eligio el Rincón de los Abuelos un lugar donde quien siembra afecto y calidez es siempre recibido con los brazos abiertos, por tratarse del sector más desprotegido de la sociedad. Entre los abuelos y abuelas que lo recibieron y saludaron, había una imagen de la Virgen de Luján que conmovió al gobernador en plena Pascua; precisamente en la gente que muchas veces está olvidada y postergada y que no está acostumbrada a recibir la presencia de funcionarios de alto rango, salvo de aquellos que realmente demuestran vocación de servicio.
Entre las sonrisas y la sorpresa, algunos abuelos recordaron al Gustavo Sáenz de sus primeras épocas, cuando como joven concejal, sin compañía alguna visitaba casa por casa, familia por familia, no pidiendo votos sino escuchando las innumerables necesidades que agobian a un amplio sector de la población. “No se olvidó de nosotros” dijeron algunos abuelos emocionados con los ojos brillosos, que no tanto por la edad, sino por las ingratitudes, con un gesto sencillo y sereno como el del gobernador ven aplacadas al menos por un instante, muchas de sus angustias o de promesas incumplidas. Por un momento sintieron un abrazo sincero más allá de cualquier especulación electoral. Acaso porque los políticos de raza no esperan tanto el tiempo electoral, sino el instante en que desde la conciencia les nace, espontáneamente, el impulso de acercarse a los que menos tienen. Esas visitas evocativas, hacen recordar a la letra de Zona de promesas del querido Gustavo Ceratti, cuando cantaba:
Mamá sabe bien
Perdí una batalla
Quiero regresar
Solo a besarla
No está mal ser mi dueño, otra vez
Ni temer que el río sangre y calme
Al contarle mis plegarias
Tarda en llegar
Y al final
Al final, hay recompensa…
Efectivamente, al final hay recompensa. En ese ida y vuelta que se da entre quien quiere mejorar la situación de un pueblo y la esperanza firme de los que, aún con el paso de los años, siempre esperan una mano extendida. También es valioso el gesto por el momento. Hay dos tiempos en el año de los pueblos creyentes, como es el de Salta, donde los agravios, las diatribas y las calumnias quedan sepultadas. Uno es la Pascua , el otro Navidad. Dos momentos en que para que la paz sea verdadera es necesario deponer actitudes y acordarse de los más desprotegidos, de los que nada tienen. Con mayor razón, cuando en el tiempo de Pascua no se vio a quienes tienen altas responsabilidades vayan a abrazar a los que sufren, ni aún aquellos que están en plena campaña aspirando a un cargo electivo con la promesa de cambiarle la vida a la gente. Tal vez porque la vocación de servicio es superior, siempre, a la ambición política. Y en el servicio y la entrega hacia los demás hay denominadores comunes entre los diferentes credos religiosos. La fe, en definitiva, más que creer en algo, es hacer por alguien. Desinteresadamente. Sin pausa ni medida. De eso se trata.