El Carnaval argentino, una de las festividades más vibrantes y coloridas del país, tiene sus raíces en la herencia que trajeron los colonizadores españoles. Esta celebración, que se sitúa en la antesala de la Cuaresma cristiana, es un reflejo de las tradiciones europeas que cayeron en tierra americana y se mezclaron con costumbres autóctonas a lo largo de los siglos.
Desde sus orígenes, los carnavales se enmarcaron en la primera sala teatral de Buenos Aires, conocida como la Casa de Comedias. Pero fue en Gualeguaychú, otra de las capitales del Carnaval en Argentina, donde la festividad cobró un carácter más formal con la primera autorización para su celebración en 1840. En aquellos tiempos, las calles se llenaban de risas y juegos acuáticos, en los que niños y adultos se arrojaban agua con distintos aditamentos: lavanda para los amigos y sal para los enemigos, una simbólica forma de interacción social.
Con el advenimiento del siglo XX y la llegada de nuevos inmigrantes italianos y españoles, el Carnaval experimentó una transformación significativa con la incorporación de la murga, un género musical y de danza que se volvió emblemático de la celebración. Sin embargo, la festividad se vio interrumpida durante el Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), un período oscuro en la historia argentina en el que se prohibieron estas manifestaciones culturales.
Afortunadamente, la restauración de la democracia en 1983 trajo consigo el renacer de las murgas en las calles argentinas. La situación se consolidó en 2010 con la restitución oficial de los feriados nacionales del lunes y martes de Carnaval, lo que permitió una revitalización de esta expresión cultural en todo el país.
En Salta, el Carnaval se vive con una intensidad particular, fusionando tradiciones hispánicas e indígenas, lo que se traduce en desfiles llenos de color, música y alegría. Las comparsas, formadas por danzantes que lucen trajes brillantes, se convierten en protagonistas de esta celebración. Entre los estilos de baile, se destacan los caporales, tinkus y diabladas, que rinden homenaje a las raíces indígenas de la región. Las competencias entre comparsas agitan aún más el espíritu festivo, con premios que reconocen la creatividad y el esfuerzo de los participantes.
Durante esta fiesta, los barrios de Salta se transforman en un escenario de celebración, donde la música y los bailes tradicionales contagian de energía a todos los presentes. Además, se incluyen actividades como juegos con agua y espacios dedicados a la exposición y venta de artesanías y gastronomía local, lo que añade un matiz de autenticidad a la experiencia.
El Carnaval es más que una simple celebración: es una manifestación profundamente arraigada en la identidad salteña y argentina. A través de cada danza, cada disfraz y cada risa compartida, se perpetúa un legado cultural que une a generaciones pasadas, presentes y futuras en una explosión de color y alegría.