El libro continúa siendo uno de los objetos culturales más importantes y vigentes, que no ha sido vencido ni por el e-book ni la inteligencia artificial.
Dijo Umberto Eco en el libro que escribió en diálogo con el dramaturgo y guionista Jean-Claude Carrière, “nadie acabará con los libros: El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se han inventado, no se puede hacer nada mejor. El libro ha superado la prueba del tiempo… quizá evolucionen sus componentes, quizá sus páginas dejen de ser de papel, pero seguirá siendo lo que es”.
Como fuente primaria de información, instrumento básico de comunicación y herramienta fundamental de socialización, la palabra oral y escrita ocupa un papel fundamental en la historia de la humanidad y en el mundo contemporáneo.
Es curioso entonces que su discusión especialmente sobre la lectura y la escritura suela restringirse al espacio de la didáctica o la investigación universitaria. El tejido social y lo que ocupa no se restringe a determinados ámbitos. Existen un sin fin de espacios y personas, las bibliotecas por excelencia, talleres de escritura creativa, plazas, librerías, espacios culturales, espacios domésticos, donde las personas pueden generar interés, curiosidad y acercarse para formar parte de cuestiones relacionadas con la lectura y la escritura. Existe el libro, porque existen lectores y se escribe y se lee desde múltiples espacios y posiciones.
Quien escribe es nieta de un inmigrante con estudios primarios incompletos, mejor decir, incompletísimos estudios primarios según sus palabras. Sin embargo, ese abuelo fue un gran lector y dejó la única herencia que consideró valiosa, libros, historias, una biblioteca.
El nivel de alfabetización no es un impedimento para seguir un camino de lector. En las casas aún existen abuelos, tíos, padres y madres que cuentan, que transmiten, leen y abren mundos, que habilitan espacio y tiempo para la lectura, que están seguros que marcarán un camino. Lo mismo en las escuelas y colegios, docentes comprometidos con transmitir ese algo fuera de la currícula, que difundirá las ganas y el placer de la lectura.
Nos cruzamos con lectores en el colectivo, en las plazas y parques, en las confiterías, en la web, etc. Mientras existan libros al alcance de todos y exista el deseo y también los incentivadoras, inspiradores y facilitadores, el mundo podrá ser de quienes lean. Como decía el icónico escritor Jorge Luis Borges “que otros se enorgullezcan por lo que han escrito, yo me enorgullezco por lo que he leído”.