La marcha o el nacimiento de otra argentina

 Resulta curioso: así como no se vio venir en las elecciones presidenciales el “Fenómeno Milei”, el gobierno nacional parece haberse contagiado de esa miopía, porque jamás imaginó la dimensión ni la concurrencia de la marcha por la educación pública universitaria que ayer desbordó las calles no sólo de las principales ciudades del país, sino de muchas otras del interior.

Algunos dicen que desde el Ministerio de Capital Humano se pudo haber observado, advertido y hasta  evitado la movilización. La realidad demostró otra cosa. Así como el “Fenómeno Milei” irrumpió en la política argentina en solamente dos años, la de ayer puede haber sido únicamente una señal de alerta, o bien, dada su extensión y magnitud el preanuncio de otro suceso de impredecibles consecuencias en la escena nacional.

Como es lógico, muchos dirigentes situados en la oposición a Milei, acompañaron la marcha. Sin embargo, y una vez más, la gente parecería haber desbordado a todos esos militantes juntos, porque la de ayer fue una movilización absolutamente espontánea, sin ayuda de ningún tipo de recursos, variopinta en cuanto a su composición e integración y de una masividad pocas veces vista en los últimos diez años, por lo menos.

No fue una simple concentración masiva en Plaza de Mayo, sin que repercutió en la mayoría de las plazas y calles de la Argentina, sin excepción. Esa gente, indudablemente, está buscando un nuevo liderazgo, que no es ni el de Milei, ni los políticos que acompañaron la marcha. Eso es así, porque en las diferentes movilizaciones se encontraban desde votantes libertarios a militantes de izquierda. Por cierto que, dada la cantidad, todo lo descripto superó ampliamente el motivo del reclamo.   

Es cierto que el factor detonante de la marcha fue la educación pública universitaria y la convicción de que el gobierno pretende cerrar algunas casas públicas de altos estudios. En realidad, todo el equipo de comunicadores y trolls que rodean al presidente eligieron como adversario a uno de los pocos que aglutinan un sinnúmero de personas cuando se lo ataca: la educación pública. No midieron claramente las consecuencias que podría deparar. Y esta vez la reacción fue mucho más torpe y más tosca que otras, a los insultos habituales se sumó la subestimación y el alcance que tuvo que muchísima gente saliese a la calle espontáneamente. Fueron 24 horas de errores continuos, dijo un comentarista político.

Comenzaron con un discurso presidencial modo Excel sin ningún anuncio, con el Ministro de Economía y el presidente del Banco Central parados como granaderos de guardia al costado del escritorio presidencial, una pose mezcla de sumisión con obediencia debida o de vida, como se prefiera; con un silencio atronador demasiado largo, a las posteriores declaraciones del vocero Manuel Adorni, sin decir nada y luego los mensajes por X del presidente descerrajando su habitual enojo fuera de control ante todo aquello que no sea de su agrado. De pronto, quien era el protagonista central de la película, adquirió un rol tristemente secundario, casi inadvertido, porque la gente movilizada lejos de estar pendiente de las rabietas e imprecaciones presidenciales, estaba extasiada por el tamaño gigantesco de la congregación a escala país. A veces una marcha que se creía erróneamente devaluada, puede indicar un giro en las preferencias o la luz amarilla de que debe cambiarse de rumbo y de formas. Basta sólo mirar a Chile para saber de qué se trata.

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