La euforia parecía desbordante en Javier Milei mientras caminaba por el escenario del emblemático Luna Park, agitando sus brazos con ímpetu ante una verdad que aún le cuesta creer: aquel joven economista por quien ni sus propios padres tenían fe, hoy vive una realidad onírica como Presidente de la Nación, acaparando titulares escandalosos en la prensa mundial y desfilando cual estrella de rock ante miles de fanáticos enloquecidos.
En su presentación de libro, Milei una vez más desplegó su retórica incendiaria y plagada de consignas reduccionistas, apuntando con el dedo acusador a su eterno chivo expiatorio: el Estado. Con la misma liviandad con la que desestima el rol del sector público, arremete contra los que defienden derechos como el aborto legal, tildándolos de “asesinos” en una cruzada más propia de épocas oscurantistas.
Ni el aumento desmedido de la pobreza, el colapso de la actividad económica, la escalada del dólar paralelo o el incremento de los conflictos sociales en Misiones parecían poder empañar su noche de gloria. El objetivo: presentar su nuevo libro “Capitalismo, Socialismo y la trampa neoclásica” con un espectáculo musical proselitista.
En medio del despliegue de humo, luces y música estridentes, la desconexión del líder libertario con las verdaderas urgencias del país resulta cada vez más patente. Mientras millones de argentinos se hunden en la pobreza, la economía se derrumba y la conflictividad social aumenta, Milei prefiere regodearse en un culto a su personalidad mesiánica y anticuada visión del Estado como raíz de todos los males.
Mientras Milei continúe inmerso en esta irreal burbuja de fanatismo y espectáculo circense, le será imposible conectar con las realidades apremiantes del pueblo argentino. A fin de cuentas, su objetivo no parece ser realmente resolver los problemas, sino inflar cada vez más su figura mesiánica y “anticasta” de estrella de rock inconformista.