Para poder formular e implementar una política cultural, se debe tener conocimiento a cerca de la cultura del país, no se precisa amigos ni enemigos. Hablar de batalla cultural por el contrario es buscar un adversario.
Tradicionalmente las políticas culturales en argentina han estado del lado del gasto público, no es extraño en ese sentido. A un gobierno que considera que el gasto público es espurio, se le abrirían dos caminos, el primero de ellos promover una política cultural autogestionada por los sujetos, las regiones y los públicos.
El segundo es la destrucción de la cultura, lo que indica una ausencia de política cultural. Una ausencia de imaginación e interés en la política cultural que se manifiesta en una batalla en la que el atacante está claramente definido y no así el adversario, el público, las instituciones, las regiones, los festivales e incluso hasta el libro.
Todo indica que estamos asistiendo a una liquidación de la cultura argentina, una política de la crueldad, un gesto de destrucción. El triste panorama actual clausura a la cultura, porque no hay discusión. No existe ni la mínima intención de abrir un debate entre los actores involucrados, a través de argumentos y razones que finalmente resulten en acuerdos. No se puede dejar exclusivamente en manos del comercio y las empresas multinacionales, las decisiones relacionadas con la política cultural de nuestra nación.
Para discutir políticas relacionadas a la cultura, es necesario el conocimiento cultural. Se necesita saber que cine tenemos, que teatro, que literatura, que música, cual es el trabajo que desarrollan nuestros artistas, cual es el patrimonio que debemos preservar.
No se pueden ignorar los consumos culturales de los ciudadanos, los festivales que existen, lo que dice la ley del libro en argentina, como funcionan las editoriales, porqué las ferias y bibliotecas son lugares importantes de circulación cultural.
Echar, despedir, cerrar, exhibir el disfrute de dejar gente sin trabajo y mostrarlo sin tapujos buscando aprobación, es algo que nunca se vio en la historia de nuestro país. Tenemos un sistema de gobierno representativo, republicano y federal. Nos ha costado mucho consolidar la democracia. La dictadura es nuestra historia reciente, una dolorosa historia de muerte y destrucción, que ha dejado una sociedad herida. No se puede destruir y volver hacer. Nos convoca un urgente deber cívico, defender la convivencia democrática y nuestros derechos sociales conquistados a través de largas luchas.
Otros gobiernos despidieron trabajadores y cerraron fábricas, empresas, institutos. Fueron contra la educación, la cultura, la ciencia, la técnica y el empleo público y privado, con una diferencia: las condiciones sociales los obligaban a mostrar diplomacia.
Ahora ocurre todo lo contrario. Se gobierna en base a ataques, agravios, amenazas, pero sobre todo insultos tanto a miembros del mismo sector político como a adversarios. En “La condición humana”, Hannah Arendt dice sobre lo público, “todo lo que aparece en público puede verlo y oírlo todo el mundo y tiene la mas amplia publicidad posible. Para nosotros la apariencia- algo que ven y oyen otros igual que nosotros-constituye la realidad”. Los argentinos no deberíamos acostumbrarnos a que se gobierne con agresiones e insultos y que eso sea parte de la realidad cotidiana que se replica. Simplemente porque están ocupando un espacio de representación y es un asunto que nos involucra a todos.
En el ámbito de la educación, las universidades tienen una larga experiencia de luchas. Nunca el presupuesto educativo fue el adecuado, nunca los sueldos docentes fueron justos. Lo que en este momento es inédito y grave es que las autoridades de las universidades públicas de todo el país, declaren estado de emergencia y se ponga en riesgo el funcionamiento y la continuidad de éstas. La marcha federal universitaria fue una resistencia a los agravios que sufre la educación pública. Los ciudadanos dieron una respuesta pacífica pero contundente a lo que se considera un ataque.
Por otra parte, la feria internacional del libro que se presenta año tras año en Buenos Aires, goza de un enorme prestigio. Es un espacio plural y de convivencia democrática, un lugar emblemático de resistencia de la cultura.
Este año se produjo algo inesperado, el retiro del tradicional y principal patrocinio del Banco Nación. Esto significa la quita de un respaldo a las industrias culturales, al ámbito editorial, gráfico y de las librerías, como así también a libreros, lectores y escritores. El libro representa una herramienta crucial para la igualdad, la inclusión social y el crecimiento personal.
Sabemos que la importancia identitaria de los pueblos está en la construcción cultural, su pérdida significa el quiebre de nuestro sentido de pertenencia y de arraigo. Estamos a tiempo de alzar bandera para defender lo que nos define y distingue como pueblo. Construyamos o reconstruyamos lo común, volver al tejido social para rechazar la banalidad del mal.